En abril de 1938 murió César Vallejo en París, quien nació, se crió, luchó y añoró siempre, Santiago de Chuco, tierra a la cual amó entrañablemente. Tenía, a la razón, 46 años.
Meses antes, y más precisamente en septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1937, escribió casi todo lo que ahora son los Poemas Humanos, período final cuando fragua y cincela también ese poemario incandescente, dedicado a los voluntarios de la República en la Guerra Civil que asoló la patria de sus abuelos, España, aparta de mí este cáliz.
Murió por consunción y agotamiento, debido a que entregó todo su aliento y las fuerzas de grandioso espíritu y maltrecho cuerpo a favor de la causa del hombre; por el compromiso que asumió de defensa de la dignidad, el bien y la nobleza. Murió combatiendo en trinchera, en este caso de la cultura y el arte auténticos y verdaderos.
Murió en batalla contra el mal y la muerte. Su martirio es el sacrificio de un guerrero, quien nos dio el ejemplo con su vida de cómo hay que asumir una causa y adoptar un compromiso a favor de los ideales irrenunciables de la humanidad. Su muerte es un paradigma, una página heroica, una epopeya como la más grande de los fastos universales. Los enfrentamientos en los campos de batalla en abril de 1938 fueron arduos. Él cayó en la trinchera.
¿Qué hizo que este hombre asumiera con ardor total esa contienda? No era su patria, estaba lejos y, aparentemente, no le incumbía. Es la misma pregunta que se formula al decir: ¿Qué hizo que este hombre dotado de todo el talento se hiciera mendigo?, a partir de 1928 en que asume el marxismo como doctrina social y de vida. La respuesta es llana: su honestidad, su coherencia ideológica, su honradez moral, su franqueza intelectual, su talante de hombre íntegro y cabal.
En el ámbito de la literatura no son muchas las referencias de escritores y poetas iluminados que anunciaran y predijeran su muerte. César Vallejo casi nos la describe en el poema "Piedra negra sobre piedra blanca", donde precisa:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.
Vallejo murió a las 9.20 de la mañana del día Viernes Santo, 15 de abril del año 1938 y llovía. Claro, algunos dicen que no acertó totalmente porque él menciona el "jueves", aunque entró en agonía y en estado de coma ese día. Pero, es más, él expresa: "Talvez un jueves,..."
Sin embargo, Juan Espejo Asturrizaga en su libro César Vallejo itinerario del hombre, refiere lo que él denomina como: "Una visión premonitoria", acápite bajo el cual relata que mientras César Vallejo se encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche, Trujillo, a fin de librarse de la persecución policial por la denuncia que recaía en contra de él, y otras personas, acusado de incendio y asesinato por los sucesos ocurridos en Santiago de Chuco el 1 de agosto del año 1920, en palabras textuales nos informa lo siguiente:
"Durante su permanencia aquí César tuvo una noche una visión que lo llenaría de terror y lo angustiaría por muchos días, siendo el tema de sus conversaciones.
Estaba despierto, decía, cuando de pronto me encontré tendido, inmóvil, con las manos juntas, muerto. Gentes extrañas a quienes yo no había visto nunca antes rodeaban mi lecho. Destacaban entre éstas una mujer desconocida, cubierta con ropas oscuras y, mas allá en la penumbra difusa, mi madre como saliendo del marco de un vacío de sombra, se me acercaba y sonriente me tendía sus manos... Estaba en París y la escena transcurría tranquila, serena, sin llantos.
La tremenda impresión que le produjo esta visión que, aseguraba la había tenido perfectamente despierto, lo llevó a llamar desesperadamente a Antenor que dormía plácidamente al otro extremo del dormitorio. Antenor trató de calmarlo, indicándole que se trataba de una pesadilla. 'No, no -repetía César-, he estado despierto, como lo estoy ahora, despierto, despierto. Todo lo he visto como te veo a ti en este momento...'"
Esto ocurrió en 1920, cuando por más que lo soñara él precisa, y es asombroso, que la escena o el cuadro que acaba de referir ocurre en París, un lugar muy distante en el espacio hacia el cual, por más que lo anhelara, constituía un lugar remoto, como también era lejana la escena en el tiempo, ya no tanto en la visión sino en la realidad, puesto que su muerte ocurrió 18 años después.
Pero, aparte de lo profético, hay aquí un rasgo, cual es el coraje y el valor -de lo cual está imbuida su muerte- cuando él dice "y no me corro" porque él sabe, por su sueño o visión que estando en París es donde sobrevendría su muerte. Esto indudablemente se relaciona con el significado que ella tiene cual es el voluntariado para hacerse cargo de una guerra, valor que se añade a la tristeza y melancolía natural con que se piensa y medita en la muerte, cuando -ya estando en París- escenario en el cual él tiene presente, más que ningún otro, puesto que fue él quien lo soñó, se espantó y ahora está en París.
De otro lado, hay en esta vivencia una fusión asombrosa entre sueño y realidad, predicción y constatación, anuncio y cotejo. Ya mirada a la distancia y contemplándola panorámicamente todo, se corrobora cada dato que él nos diera: "gentes extrañas", las hubieron; "una mujer", que le intriga saber quién es, corresponde a Georgette; "rodeaban mi lecho", murió de esa manera y, entonces, vemos cómo se va hilvanando sueño y realidad en el intento, inclusive de identificar ya en la realidad quienes son las personas que él visualiza en su lecho.
Es difícil imaginar en una alternativa de siete qué día de la semana uno va a morir. Lo que resultaría prodigioso es decir un día preciso del año, entre los 375, aquel en que se predice morir de manera natural. Vallejo sí lo señaló y mucho antes del sueño premonitorio que tuvo lugar en la casa de Antenor Orrego. Además, lo dejó escrito en el poema "El poeta a su amada":
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.
En esta noche rara que tanto me has mirado,
la Muerte he estado alegre y ha cantado en su hueso...
¿Qué más asombroso? Allí está la muerte, el Viernes Santo y Jesús llorando. Pero, es más, intuyó su agonía en otro ámbito o dimensión, quizá el más importante, cual es: realizando actos esenciales antes de morir, como escribir los meses y los días anteriores su poesía más grandiosa, abismal; tallando su testamento heroico como es el poema dedicado a exaltar la lucha del pueblo español en el trance de la guerra civil, titulándolo además como la oración de Cristo cuando vislumbra su martirio y final inmolación. Y hasta previno su posteridad y su vigencia posterior cuando a un periodista que le solicitó una entrevista le responde: "Véame después de mi muerte".
Este tránsito de César Vallejo culmina retornando en espíritu a su tierra y a su infancia. Respecto a ello, cuenta la señora Oyarzún -quien en la víspera de su muerte pasó toda la noche velando junto a su cabecera- que a las cinco de la mañana César Vallejo llamó a su madre y poco antes de expirar, ya en presencia de su esposa y varios amigos, pronunció estas palabras: "España. Me voy a España".
Y cuenta Gonzalo More, quien estuvo en el grupo que lo rodeó en su lecho de muerte, en carta que dirige a Manuel Chávez Lazo, lo siguiente:
"La expresión de su rostro muerto era verdaderamente maravilloso. No te imaginas que belleza interior y que luz sobrehumana en la frente del cholo. El gesto de dolor que yo vi minutos después de su muerte, desapareció para dar vida a una expresión de serenidad y bondad infinitas..."
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